Hechos 8:26-40
Introducción
En su comentario sobre el libro de los Hechos, el teólogo Willie James Jennings llama a los eventos relatados en la historia de la iglesia naciente, una revolución espiritual. Todavía esta fresca la experiencia de los discípulos de como el horror de la cruz es transformado en gozo por el encuentro con Jesús resucitado, y el advenimiento del Espíritu Santo energiza a la nueva "comunidad del camino" con un ímpetu inusitado. Hay un fuego espiritual que mueve a los testigos de todas estas cosas a comunicar esa transformación que tiene que ver con el reino de Dios--el nuevo orden anunciado por Jesús, un nuevo orden que es revolucionario y que tiene implicaciones políticas, económicas y sociales. Claro está, esta es una revolución que está suspendida entre lo que ya presente y lo que todavía tiene que acontecer. Pueden verse señales a lo largo de la historia donde Dios revela instancias de esta nueva realidad, pero, al mismo tiempo, Dios sigue creando y recreando al mundo y a la humanidad para que se preparen para el futuro, es decir, el futuro eterno de Dios. A la vista de este panorama alentador, grandes expectativas pueden ser anticipadas: la iglesia comienza a avanzar y avanzará en los siglos subsiguientes, con paso firme, no sin luchas, con victorias y derrotas, con el proyecto misionero de proclamar las buenas nuevas del evangelio haciendo discípulos a todas las naciones. Pero, a la luz del encuentro entre Felipe y el eunuco etíope en el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, ¿qué significado podemos hallar en este evento algo inusual, evento que se ha entendido en gran medida como evangelístico y misionero?
I. Dios toma la iniciativa en favor de las víctimas
El pasaje que se encuentra en Hechos 8:26-40 revela un encuentro inusual: Felipe, llamado a ser diácono/siervo para servir las mesas en la comunidad del camino, recibe revelación divina a través de un ángel con el mandato de dirigirse a un camino desierto, un camino que se extiende más allá de lo conocido, de lo familiar y de aquello a lo que resulta más fácil acomodarse. Allí el evangelista se encuentra con un personaje distinto: no es judío, ni griego ni romano; no es alguien que pueda ser encasillado dentro de la "normalidad," de la audiencia que hasta entonces era evangelizada: como diría Pablo, "[el] judío y también el griego." (Romanos 1:16c) El eunuco etíope viene de adorar en Jerusalén y lee el rollo del profeta Isaías en su búsqueda que es espiritual, pero también existencial y que no puede estar exenta de un profundo deseo de justicia. ¿Por qué Lucas, el historiador, le presta especial atención a este caso puntual de evangelización en el avance misionero de la iglesia primigenia? Me animo a afirmar que el relato refleja la intención de Dios, del deseo divino, de su opción preferencial por los oprimidos, de alcanzar a aquellas minorías sexuales, raciales y culturales, representadas por este funcionario de una corte real, que a la vez es esclavo. La revolución del Espíritu en Hechos refleja el amor de Dios por las víctimas y el evangelio es buena nueva de redención y liberación.
Esta iniciativa divina debe haber sorprendido a Felipe porque además de ser enviado a un camino desierto, le tocaba vivir en aquel momento inicial de la iglesia, en el cual algunos o muchos entendían que el evangelio era sólo para los judíos. Se necesitaba la providencial revelación divina para demostrar el potencial transformador del evangelio de Jesucristo en la intención y la iniciativa de Dios de que todos los seres humanos sean salvos. El deseo divino es que mujeres y hombres de todas las edades entren en la paz de Dios, a la vez ideal y concreta, presente y futura, por ahora imperfecta y cuando el tiempo llegue, será perfeccionada para la gloria de Dios. El eunuco es el foco de la iniciativa divina de ir más allá de lo familiar, de la zona de confort y de imponer las condiciones necesarias para recibir el evangelio que redime y libera. El funcionario de la corte etíope no es el clásico "pecador" que debe arrepentirse, aunque, por supuesto, también debe hacerlo como cualquier ser humano. Este hombre busca en las escrituras hebreas una palabra de esperanza desde la posición, la situación y la perspectiva de las víctimas. Regresa de Jerusalén; había ido a adorar, pero conforme a la ley judía es muy probable que no haya podido entrar al templo de Dios en la ciudad santa (Deuteronomio 23:1). El eunuco experimenta en su propia carne la discriminación que sufren tantas víctimas sobre la faz de la tierra por esta causa, la de haber sido castrado, o por muchas de las formas en que los seres humanos somos oprimidos. La iniciativa divina redentora, liberadora tiene muy en cuenta a las víctimas.
II. Dios propone cruzar barreras en la labor misionera
El ángel envió a Felipe a un camino desierto; un sendero marginal, fuera de lo límites de pueblos y ciudades, una especie de frontera entre lo familiar y lo diferente. La iniciativa divina era precisamente cruzar esa frontera que todavía representaba una barrera, la barrera que separa a grupos privilegiados de otros que no lo son. El movimiento de Jesús y sus discípulos, para ese entonces conocido como "los del camino," es un grupo de gente sencilla, del pueblo, que ama a Jesús y que va aprendiendo al andar ese camino. Con Felipe se derriban varias barreras: la barrera de la exclusividad religiosa; la de la discriminación de las minorías sexuales y raciales; aquella que nos separa a los seres humanos cuando nos encerramos en nuestros valores culturales; y, principalmente, el velo que cubre nuestra mirada y no nos permite ver la opresión que sufrimos y vemos sufrir a otros en los sistemas imperiales o coloniales, que todavía dominan el mundo global de nuestros tiempos. El eunuco etíope conjuga en su cuerpo toda esta suerte de características de discriminación, opresión e injusticia.
Pero, Felipe tiene buenas nuevas para el funcionario etíope. Si tiene un plan de acción, éste es irrelevante; es el Espíritu de Dios el que lo inspira y lo dirige al encuentro. Siguiendo esa directiva del Espíritu se acerca al carro y oye la lectura de un pasaje que le es familiar: Isaías 53:7-8. Felipe simplemente ofrece la ayuda que puede dar: facilitar el entendimiento de este pasaje a su interlocutor; la explicación de un texto que habla del siervo que sufre como cordero que es llevado a la muerte sin abrir su boca, que padece humillación, a quién no se le hace justicia, y acaba en la muerte, pero, sin embargo, su generación, la de los que lo aman y lo siguen es innumerable. Lucas interpreta que este siervo que sufre es Jesús de Nazaret y que su sufrimiento ocurre en la cruz, donde Dios culmina su obra redentora para la humanidad y la corona al levantarlo de entre los muertos.
Este texto los Hechos de alguna manera ha inspirado la labor misionera cristiana por generaciones. Después de todo, este hombre es de Etiopía, una nación mediterránea en el cuerno de África, donde predomina la raza negra, que ofrece a la perspectiva del mandato bíblico un gran campo misionero. Pero la aceptación del evangelio por parte del eunuco no puede limitarse a su experiencia meramente espiritual enfocada en una esperanza extraterrena, independiente de la realidad humana contextual, como lo que ofrece primordialmente mucha de la labor misionera evangelística. La iniciativa divina es que el avance del evangelio derribe las barreras de discriminación, desigualdad e injusticia. Según la ley, el eunuco no podía entrar al templo, pero, si leyó el rollo del profeta Isaías en su totalidad debe haber sido impactado por lo que está escrito en el capítulo 56: 3-5: "... [no] diga el eunuco; he aquí soy árbol seco. Porque así dijo Jehová: a los eunucos... yo les daré lugar en mi casa y dentro de mis muros y nombre mejor que el de hijos e hijas; nombre perpetuo les daré, que nunca perecerá." Dios recibe a la humanidad en su quebrantamiento y las identidades humanas son respetadas. El creador de los cielos y de la tierra buscó alcanzar a este hombre perteneciente a lo que hoy llamamos una minoría entre minorías. Dios tomó la iniciativa, no para solamente salvar su alma, sino también para hacer justicia a su cuerpo, a su situación y a la totalidad de su vida.
III. Dios desea redimir a las víctimas
En última instancia, la inquietud del eunuco etíope se concentra en el interrogante, ¿de quién habla el profeta cuando menciona los padecimientos del siervo que sufre? De una forma implícita también, ¿qué significa este sufrimiento? y, ¿por qué y para qué sufre? Una respuesta clásica de la teología protestante, basada en alguna de las teorías de expiación más utilizadas, suele ser que Jesús pagó con su muerte en la cruz el castigo del pecado que la humanidad merece por su culpabilidad, y así satisfacer la justicia divina. De esta manera, la redención alcanza a aquellos y aquellas que se arrepienten y por la fe reciben a Jesucristo. Más allá de la indiscutible necesidad del perdón de los pecados, la cita de Isaías que Lucas utiliza se enfoca en el sufrimiento del siervo, sin mencionar el hecho que él "cargo con el pecado de muchos." Creo que esta omisión del evangelista e historiador es intencional. No se trata de ignorar la realidad del pecado personal, sino que, se mira a la cruz desde la perspectiva de las víctimas. La cruz no es el lugar donde Dios abandona a su hijo demandando el pago de una deuda para satisfacer la justicia según la ley. La cruz implica la humillación, no sólo del hijo, sino la del Dios Trino que se somete el horror del sufrimiento de tortura hasta la muerte y se identifica con las víctimas. Los oprimidos, los inmigrantes, los refugiados, los discriminados por su sexualidad, o por su raza, nacionalidad, o cultura son invitados a la comunión divina que es igualitaria en virtud del sufrimiento del Hijo de Dios que redime, libera y hace justicia.
Conclusión
El eunuco etíope, al llegar a un lugar donde había agua, pide ser bautizado. Nada lo impide; todo obstáculo que pueda obstruir el acto bautismal, el inicio e incorporación de este hombre a la comunidad del camino, queda superado. Si él había sido victimizado en su andar como persona minoritaria, o dejado fuera del templo, o discriminado de muchas formas, ahora ha hallado en Jesús el compañero para el camino de la vida, sin necesitar renunciar a su identidad, sino siendo sanado de las heridas que por ella pueda haber sufrido.
En la vida y ministerio de la iglesia, Dios toma la iniciativa y dirige a su pueblo, por la revolución que inspira el Espíritu Santo, a proclamar las buenas nuevas del evangelio completo; a cruzar toda barrera y a encarnar una misión liberadora para las víctimas que han padecido y padecen injusticia desde la fundación del mundo.
Horacio R. Da Valle
Gresham, OR, primavera de 2021